Alex, la chica de hielo

Mientras se comía las uñas pensaba en ciertos problemas que su vida le planteaba, por ejemplo aprender a ser menos distante y más cariñosa. Y es que, nunca había conseguido derribar ese muro de hielo que había entre sí misma y una persona querida.
Después de dejar sus uñas destrozadas, las miraba con angustia y odiaba su poca fuerza de voluntad ante tal vicio como ese. Una pena, pues no había logrado estar más de dos semanas sin morderlas, lo mismo le ocurría con las lágrimas.
Recordaba cuando, una vez, se prometió dejar de llorar por detalles mínimos sin a penas importancia, y preocuparse más por otros detalles que hacían de su vida más plena. Y, por supuesto, duró dos semanas sin llorar, hasta que, una tarde su madre entró en la habitación contándole tal mentira la cual hizo de su corazón un cristal roto en mil pedazos. Cuando descubrió tal brutal intención maternal, intentó sustraer todos y cada uno de los trozos de cristal que aún permanecían clavados en su alma, incluso en su piel.
Ahora lo entiendo, quizás por eso no mostraba cariño ante cualquier espectador; tenía miedo de clavarle a alguien los trocitos de cristal o, quizás, que pudieran incrustarse todavía más adentro de su piel, lo que significaba que cada vez le dolería más el alma.
Fue entonces en aquel instante cuando decidió que ya nunca más sería Sandra, como siempre le gritaba su madre. Si no Alex, así prefería llamarle una de sus amigas, ya que Alejandra siempre le había parecido, a parte de largo, muy formal, cosa que no iba con ella.

Si, ahora sería Alex. Y todo iba a cambiar, pues no volvería a mirar atrás. O al menos eso creía...