“Acuérdate de mí, ¿vale? Existimos porque alguien piensa en nosotros y no al revés; no te olvides nunca”

jueves, 10 de enero de 2008

Ojos negros

Una vez, Susana me explicó que todos nacemos con un objetivo en nuestra vida, cada uno somos aquello que menos creemos ser.


Puedes irte a dormir una noche y al día siguiente despertar y apreciar aquel libro que tienes en tu estantería, lleno de polvo y sin leer desde hace doce años. Y así es, abres el libro y encuentras esa letra perfectamente arqueada que te escribió aquel chico de ojos grises y con dos lunares justo al lado de su sonrisa.

¿Todavía te acuerdas de mí?
Siempre estaré, te lo prometo.
Para ojos negros.

¿Ojos negros? Ya ni siquiera recordaba aquel nombre. Así la llamaba él, desde el primer instante en que se cruzaron. Todavía tiene grabadas las ocasiones en las que él la sujetaba por la cintura y le mordía lentamente el hombro mientras le decía, sonriendo y con picardía, que cuando menos lo esperara habría escrito su primera novela. Ella siempre le contestaba que detestaba plasmar sus sentimientos y pensamientos en una hoja, y mucho menos en un libro. Siempre fue de las que conservaban sus palabras dentro de una cajita frágil. Odiaba tener que redactar informes y hacer cartas comerciales en la oficina, no sentía aprecio ninguno por ello. Siempre solía dejarlas para el último momento. Y ahora, en Manhattan, con aquel libro entre las manos y los recuerdos derramándose por sus ojos. Miró a su alrededor, la casa estaba vacía. En la mesa todavía estaban las ciento siete páginas de su tercera novela, sin acabar, ya que la noche anterior ni el café había logrado quitarle un poquito más de sueño. Sólo al pensar que él la conoció mejor que nadie, que supo darle todo lo que jamás nadie le dio, se sintió indignada y tiró el libro al suelo. Quedó abierto dejando ver una nota en la que había una dirección:
River Hudson, 12.

Y fue a buscarle.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me mata, me mata el final..

:)